Nació  en Sevilla y quizá por aquello de su ateísmo fue desterrada a Huelva.  Pero nunca fue onubense. Miraba el Atlántico con la ilusión de que el  hierro del Muelle del Tinto se mutara en la piedra de los poyetes de su  calle Betis, donde sus abuelos le daban el Cola-Cao. Ella vacila y ríe  al estilo de su Triana cuando llena su casa de sin sentidos y cantes  desafinados con la ternura de un bebé. Entre Kurt Cobain y Rocío Jurado,  canta y provoca la carcajada. Sorprende y desconcierta cuando contrasta  sus payasadas con la apariencia de “femme fatale”. Conócela. Te darás  cuenta que toda la belleza del eclecticismo sevillano se han aunado en  ella. 
La  pubertad dibujó su poderoso cuerpo para que la época de celo fuera  atemporal y siempre despertara a su paso. Los hombres pierden la  conciencia ante el imán de sus ojos verdes. Para ella la soledad, sólo  es algo que escuchó en canciones. Ante eso simpatía.  Fue amable con galanes y dictadores a los que convirtió en corderitos o toros. Las reacciones de su  masculino  prójimo nunca fueron indiferentes. Entre el odio y el amor, pero  siempre a su vera. Por esto levanta suspicacias en su género allá donde  va. Como ella reconoce, las mujeres viven en una competición reglada  continua intranquilas ante la trampa de su rival. No obstante, arremete  ferozmente contra las duras condiciones del juego a las que los hombres  las someten cual árbitros de la contienda.
Amante  del “feed-back”, sus conversaciones son intensas y profundas. Ama lo  que le gusta y critica mordazmente lo que detesta. En ocasiones, sus  coloquios se convierten en un Vietnam dialéctico. Si está en contra ha  comenzado la batalla. La obstinación de su cabeza dorada se mezcla con  la emotividad. Con ideas innegociables es capaz de comprender los  motivos que van en contra de ellos a la vez que se sensibiliza con un  cachorrito. Los moratones que pueblan su cuerpo son muestra de su  claridad de ideas. Lo importante es lo que tiene entre manos, así que  obvia el caminar.
Tiembla el suelo cuando pisa Candela Vázquez Martínez porque no quiere que adivines su extrema sensibilidad.
 
Genial no, alucinante...
ResponderEliminarJaja, gracias profesora molona.
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