viernes, 29 de octubre de 2010

Espejito de Sevilla

Nació en Sevilla y quizá por aquello de su ateísmo fue desterrada a Huelva. Pero nunca fue onubense. Miraba el Atlántico con la ilusión de que el hierro del Muelle del Tinto se mutara en la piedra de los poyetes de su calle Betis, donde sus abuelos le daban el Cola-Cao. Ella vacila y ríe al estilo de su Triana cuando llena su casa de sin sentidos y cantes desafinados con la ternura de un bebé. Entre Kurt Cobain y Rocío Jurado, canta y provoca la carcajada. Sorprende y desconcierta cuando contrasta sus payasadas con la apariencia de “femme fatale”. Conócela. Te darás cuenta que toda la belleza del eclecticismo sevillano se han aunado en ella.
La pubertad dibujó su poderoso cuerpo para que la época de celo fuera atemporal y siempre despertara a su paso. Los hombres pierden la conciencia ante el imán de sus ojos verdes. Para ella la soledad, sólo es algo que escuchó en canciones. Ante eso simpatía. Fue amable con galanes y dictadores a los que convirtió en corderitos o toros. Las reacciones de su masculino prójimo nunca fueron indiferentes. Entre el odio y el amor, pero siempre a su vera. Por esto levanta suspicacias en su género allá donde va. Como ella reconoce, las mujeres viven en una competición reglada continua intranquilas ante la trampa de su rival. No obstante, arremete ferozmente contra las duras condiciones del juego a las que los hombres las someten cual árbitros de la contienda.
Amante del “feed-back”, sus conversaciones son intensas y profundas. Ama lo que le gusta y critica mordazmente lo que detesta. En ocasiones, sus coloquios se convierten en un Vietnam dialéctico. Si está en contra ha comenzado la batalla. La obstinación de su cabeza dorada se mezcla con la emotividad. Con ideas innegociables es capaz de comprender los motivos que van en contra de ellos a la vez que se sensibiliza con un cachorrito. Los moratones que pueblan su cuerpo son muestra de su claridad de ideas. Lo importante es lo que tiene entre manos, así que obvia el caminar.
Tiembla el suelo cuando pisa Candela Vázquez Martínez porque no quiere que adivines su extrema sensibilidad.

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